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Por qué hablamos de liderazgo de mujeres y no de liderazgo femenino

En los últimos años, se volvió común escuchar hablar de “liderazgo femenino”. La expresión suena amable, empoderada, incluso inspiradora. Sin embargo, encierra una idea problemática: la de que existe una forma esencial, casi natural, de liderar por el hecho de ser mujeres.

En Retia Consultora, preferimos hablar de liderazgo de mujeres. Porque no existe una sola forma de liderar, como no existe una sola forma de ser mujer.

Hablar de liderazgo de mujeres es reconocer la diversidad dentro del colectivo: nuestras trayectorias, condiciones económicas, recorridos subjetivos y posibilidades son distintas. No todas transitamos los mismos desafíos ni partimos del mismo punto de partida. Pero sí compartimos un contexto estructural que moldea esas experiencias: un mundo que sigue siendo desigual entre varones y mujeres.

El término “liderazgo femenino” tiende a encasillar. Suele asociarse a atributos como la empatía, la escucha, la contención o la sensibilidad. Rasgos que, cuando los ejercemos, muchas veces no son reconocidos como habilidades estratégicas de conducción, sino como “cualidades naturales” o incluso demandas implícitas que recaen sobre nosotras por género.
Así, la narrativa del liderazgo femenino puede reforzar la idea de que las mujeres debemos liderar de cierta manera, ajustándonos a estereotipos que el propio sistema espera de nosotras.

En cambio, hablar de liderazgo de mujeres nos permite ampliar la conversación. Nos permite poner el foco no en la esencia, sino en las condiciones: en cómo se construyen, se sostienen y se desafían los liderazgos dentro de estructuras que históricamente nos excluyeron.

Desde Retia Consultora entendemos que no se trata de creencias limitantes individuales, sino de condiciones estructurales en las que esos liderazgos se desarrollan.
Por eso, acompañamos a mujeres a fortalecer habilidades concretas —negociación, oratoria, toma de decisiones, gestión de equipos— con una lectura histórica y sistémica. Una mirada que nos permita ser más justas y benevolentes con nosotras mismas y con quienes lideramos.

No se trata solo de reconocer el techo de cristal. Se trata también de transformar el piso pegajoso, entendiendo que no son problemas individuales, sino desafíos colectivos que requieren estrategias organizadas y organizacionales.

Hablar de liderazgo de mujeres es hablar de pluralidad, de historia y de poder.
Y también de una certeza: que no hay transformación posible si seguimos creyendo que el cambio depende solo de nosotras.

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