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Por qué los protocolos contra las violencias no son mágicos

En los últimos años, muchas organizaciones comenzaron a incorporar protocolos contra las violencias y la discriminación. Sin embargo, no son pocas las veces que se los piensa como una especie de “solución mágica”: un documento que, por el solo hecho de existir, garantiza ambientes laborales libres de violencia.
Nada más lejos de eso.

Un protocolo no es una varita mágica. Es una guía, una herramienta que permite ordenar el abordaje de situaciones complejas que tienen raíces sociales, culturales e históricas. Las violencias no son hechos aislados ni problemas individuales que se resuelven con una denuncia o con la intervención judicial. Son expresiones de desigualdades que atraviesan nuestras instituciones, nuestros vínculos y nuestras formas de ejercer poder.

Por eso, tener un protocolo no evita las violencias: las visibiliza y les da encuadre. Reconoce su existencia y ofrece un marco de acción que permite actuar con criterios claros, premisas éticas y responsabilidades definidas. En ese proceso intervienen personas, emociones, expectativas e historias; por eso hablamos de complejidad. No hay recetas, pero sí hay claves para construir estrategias posibles.

Implementar un protocolo es, ante todo, una decisión política y cultural: implica reconocer que la violencia de género y la discriminación son problemas sociales y, por lo tanto, también organizacionales. Pensar que su resolución pertenece únicamente al ámbito privado o judicial no solo es una fantasía, sino un error que posterga transformaciones urgentes.

Desde Retia Consultora acompañamos a las organizaciones a transitar ese proceso con sentido. Porque un protocolo, más que un requisito, es una estrategia de inclusión, una política de cuidado que permite construir culturas laborales más equitativas y seguras.
Hablar de retener el talento sin hablar de entornos libres de violencia es una contradicción. Las personas eligen permanecer en espacios donde pueden desarrollarse, no solo profesionalmente, sino también humanamente.

Los protocolos no son mágicos. Pero pueden ser herramientas poderosas de transformación si se los entiende en su verdadera dimensión: como parte de una política integral que reconoce el problema, se compromete con quienes lo atraviesan y se anima a construir otras formas de convivencia.

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